En absurdoesnada intentamos superarnos semana a semana, ya que la excelencia es el norte al que apuntamos con cada entrega. Esta vez decidimos sumergirnos de lleno en el periodismo de investigación, en la línea de Jose “chupacabras” De Zer, o Rolando “comehongos” Graña. Para esto nos propusimos indagar acerca del “Unicornio” de los servicios sexuales: el célebre y legendario CHORIPETE.
Todo escuchamos hablar alguna vez del Choripete. Siempre está “el primo de un amigo”, o el “cuñado de mi ex”, o el “tío de mi vecino” que se rumorea ha disfrutado de esta rara pero atractiva combinación de pasión y gastronomía. Nadie sabe su origen, aunque la evidente connotación fálica del inefable embutido, lleva a un vínculo casi inevitable con prácticas sexuales. Es más, probablemente su origen se haya dado de manera puramente casual, a la manera de una “asociación libre”.
La cuestión es que nos propusimos averiguar si esto del choripete es mito o realidad. Porque la verdad es que todo el mundo lo da como un hecho concreto pero nadie ha podido hasta ahora acreditar la consumación de dicha práctica. Para esta investigación, existía una solo persona capacitada: the bald pig, o LA CHANCHA CALVA. Nuestro querido devorador de cebolla era el único dispuesto a sacrificar físico y dignidad en pos del objetivo. Es que la chancha tiene hambre de superación, tiene hambre de triunfo, tiene hambre de gloria, tiene hambre… a secas.
En fin, salió la Chancha nomás, a embarcarse en una búsqueda utópica, tan utópica como la de Colón cuando sugirió navegar hacia el Oeste en busca de Las Indias. Su única herramienta era su infalible olfato, que le permite detectar el vapor de chori a kilómetros de distancia. Y así fue que comenzó a indagar, primero en las rutas del conurbano, luego en las de la Provincia de Buenos Aires, para terminar sumergido en un raid psicodélico y demencial, semejante al que se daba durante “la fiebre del oro”, que lo llevo por los más recónditos confines de la República.
Nuestro fornido héroe debió soportar todo tipo de peripecias, desde la ira de camioneros alcoholizados hasta el excesivo cariño de asadores cachondos. Hasta que en una noche calurosa y aciaga, mientras yacía roncando como un descocido en un mugriento piringundín del Litoral, la chancha recibió el dato por el que había sacrificado una parte importante de su ser. Una voz gruesa lo despertó susurrando: “Vos sos el loco del Choripete? tomá esto, y olvidate de que hablamos”. Nuestro notero recibió una servilleta, y la voz del informante se esfumó en la sofocante humedad de aquel breca. Nunca supo quién era ese alma celestial que se había apiadado de su miseria, pero cada vez que escucha una voz ronca, a la chancha se le humedecen los ojos.
Había que seguir el dato. Más allá de la infinidad de pistas falsas, que terminaban en sórdidas noches de intoxicación y sodomía, esta vez la información parecía veraz. El papel decía “Ruta 69. Entre Posadas y Encarnación. Paraje El Surubí Tieso. Preguntar por Vilma”. Con esa típica cosquillita en la panza, que genera el miedo mezclado con excitación, el ya curtido periodista encaró para el norte. Después de equivocar el rumbo seguido, de ser picado por mosquitos que parecían tuneados por anabólicos, y de ser penetrado en el Impenetrable, nuestro corresponsal de guerra llegó a su objetivo.
Luego de tantos tormentos, la chancha imaginó su destino como un Edén terrenal, poblado de hermosas ninfas deseosas de beber su elixir. En definitiva, se lo merecía. Pero no, nada más lejos de la realidad. “El surubí tieso” era un páramo infecto, sin más indicios de civilización que un desvencijado rancho de chapa. Hacia allí se dirigió el pelado, negándose a acabar con las manos vacías.
El periodista aplaudió 3 veces, tratando de romper el denso silencio que reinaba en ese antro de perdición. A los 2 minutos salió de atrás de una cortina de tiritas (tipo las de carnicería), uno de esos típicos gringos que se ven en el norte: alto, rubio, de ojos claros, unos 50 años. “Vos viniste por el servicio, no?”, dijo. Temeroso de preguntar en qué consistía el servicio, nuestro corresponsal se limitó a asentir tímidamente con la cabeza, a lo cual el gringo respondió con un gesto de que lo siguiera.
Después de caminar a oscuras por un pasillo largo y angosto, desembocaron en un jardín trasero. El paisaje consistía en una parrillita oxidada pero en funcionamiento, apoyada sobre un piso de cemento sin revocar, un arcaico grabador plateado con casetera apoyado a su vez en el piso, y un par de frutales sin frutas al fondo. Del grabador salía una música horrible, chamamé quizás, aunque como nuestro cronista no sabe ni jota de folklore, nunca lo sabremos.
De pronto, el gringo gritó: “Vilma!, hay clientela…”, al tiempo que con su pie le arrimaba un cajón de manzanas a la chancha, para que lo utilizara a modo de banqueta. Luego, se avocó a la tarea de azuzar las brasas con una vara de metal, mientras con un precario tenedor acomodaba los choris, que a pesar del deprimente panorama se veían apetecibles.
Justo ahí, cuando nuestro protagonista empezaba a sentirse hipnotizado por los cilindros de carne que le escupían grasa desde la parrilla, apareció ella. La chancha empezó a sudar profusamente, como si todo el húmedo calor misionero le cayera de golpe. Vilma tenía unos 40 bien llevados, era morocha, aunque teñida de un rojo violáceo, de tez oscura, rasgos de mestiza, pechos operados y unas caderas ensanchadas que denotaban el paso del tiempo, aunque sin perder el atractivo. Se notaba que de joven debía estar bastante fuerte.
La chancha estaba completamente absorto. Sentía una mezcla de hambre, calentura y un terrible cagazo, totalmente superado por la situación en que se encontraba. Vilma rompió el hielo con un: “Hola bombón. Como te llamas?” Nuestro antihéroe, pálido como una saraca, contesto mecánicamente, como un lorito bien entrenado. Ella, compadeciéndose del patético estado de su cliente, le espetó el clásico “Quedate tranquilo que yo me encargo de todo”, al tiempo que el gringo le acercaba un chorizo a nuestro hambriento amigo.
Mientras Vilma se acomodaba para empezar con su tarea, la chancha deglutía el chori con una devoción furiosa, cual Demonio de Tasmania. De golpe sintió algo indescriptible, inaudito, irrepetible: Vilma había comenzado con el servicio y nuestro cronista casi muere atragantado con el último cacho de choripan. Lo que siguió fue un carrousel psicodélico, una catarata de placer, una avalancha de sensaciones encontradas, de impulsos opuestos pero en perfecta sincronía…en fin, un pete de aquellos.
Al terminar la sesión, el periodista estaba exhausto. Se sentía exorcizado, como si se hubiera liberado de todos los demonios que había acumulado en su infernal búsqueda. Se mantuvo varios minutos despatarrado sobre el cajón de manzana, con la mirada perdida y la mente en blanco, rebuznando más que respirando. De pronto advirtió que su tarea no estaba terminada. Debía entrevistar a sus anfitriones.
Como el gringo parecía bastante parco, decidió arrancar con Vilma. Se notaba que a la morocha le caía bien la chancha. “Yo soy correntina, pero anduve por todos lados. Arranqué con el oficio a los 15 años en El Yacare con Bigotes, un cabare de Curuzú Cuatiá. Despues fui para Buenos Aires donde laburé en varios lugares, también hice la calle. Era buena, los clientes me querían…. Y siempre me destaqué por el bucal. El secreto es este (se saca la dentadura postiza y muestra su boca desdentada), asi una puede succionar sin obstáculos y el cliente goza más… Hace 8 años yo me había vuelto para Corrientes y estaba de rutera en la 14. Ahí lo conocí al Edgar (señala al Gringo). El laburaba como camionero para Pindapoy y en sus viajes siempre paraba en el mismo lugar… pa´ estar conmigo. Al tiempito nos juntamos y nos vinimos para acá, a sentar cabeza...”
“Lo del choripete fue idea mía. Veía que los clientes quedaban con mucha hambre después del servicio. Encima al Edgar le gusta hacer asados, asi que fue como matar 2 pajaros de un tiro, vio. Acá nos reimos del mito que se armó. Al final el chori y el pete son 2 cosas de las más comunes que hay, o no? Támpoco estamos construyendo naves espaciales…”
La chancha quedó admirado con la simpleza de Vilma. De Edgar nada, ya que no había emitido sonido. Como para decirle algo y no quedar como un maleducado, el pelado ensayó su última frase: “Edgar, muy rico todo. Lo que si, a la salsita del chori le faltaba cebolla…”
4 comentarios:
Jaajajajaja EL CHORIPETE jajaja agrego una cosa más a mi lista de INFALTABLES ANTES DE MORIR ja
mia medina la reina del choripete
KJJJ
Matuangeles forever
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