¿Subte o colectivo?




Antes que nada, cabe aclarar que estos no son los únicos medios de transporte a utilizar en el centro porteño. Las pendejas chetas cada vez que tienen que desplazar su delicado ser hasta la jungla de cemento, le piden el importado a mamucha y se lanzan raudas hacia el infinito. Cada uno de estos viajes implica obviamente una visita posterior al chapista, que por pintarte un bollo te cobra un riñón y medio. O sino está el taxi, que viene adosado a un personaje digno de destacar: el tachero. Ese ser de sabiduría infinita que maneja todo el temario argento, desde el funcionamiento cardiopulmonar de Sandro hasta la declaración jurada de Cristina, pasando por un diagnostico puntilloso del porque de todas las penurias que aquejan al ser nacional. El problema es que para un trayecto de 10 cuadras, y con la excusa de un piquete, corte de calle por Macri, rotura de caño maestro, erupción de un volcán en Pueyrredón y Santa Fe, etc, te llevan a dar una vuelta al perro que consiste en giros eternos por vericuetos improbables, en el transcurso de los cuales el tachero hace gala de su frondosa verba mientras el pasajero se desangra en vida al ver caer una tras otra las fichas del taxímetro.

Lo oneroso de estas formas de moverse, nos lleva a optar por las mas económicas y, por ende, masivas: subte y colectivo. Empecemos bajo tierra, es decir con el subterráneo. La gran ventaja que tiene el “sute” es su velocidad. Al no contar con la variable tráfico, uno tiene la certeza de que llegara a tiempo a su destino… Hasta que súbitamente suena el inefable “Metrovias informa...”. Cuando viajen en subte, los invito a ver las caras de la gente al escuchar esas malditas palabritas. Verán un rictus de odio escalofriante. Es que implican siempre una demora, que puede ir desde un simple retraso de 5 minutos hasta la interrupción del servicio porque un romántico decidió que quería ahorrarle a la familia el trastorno de enterrarlo, y decidió directamente matarse bajo tierra, tirándose a las vías.

Últimamente se agrega el temita de los paros. La cuestión es así: hay una pelea entre sindicatos que consiste en ver quién se queda con la torta de guita de los empleados de subte, y no se les ocurre mejor solución que dejar a la ciudad sin servicio por días enteros. Es-pec-ta-cu-lar: no solo joden a los que viajan por debajo de la tierra, sino que generan el apocalipsis en el tránsito porteño, ya que obviamente en esos días TODO el mundo saca el auto.

Otra joda del subte es el calor. Los vagones no tienen aire acondicionado y al estar bajo tierra no corre una gota de aire, con lo cual hay un tufo vomitivo. Si viajas en el D, agarrate porque vas a presión, probablemente atrapado entre un gordo con 7 litros de sudor en la camisa que está a dos huevos fritos del bobazo y algún turista europeo, de esos que se bañan una vez por semana. Acá no viajas como ganado, viajas como papa rancia adentro de un container. El otro día mientras me sentía sodomizado por un trabajador de la construcción que me recordaba algún clip de Village People, vislumbre un calco arriba del mapita de las estaciones: decía viajecomoelorto.com. Es evidente que la gente siente la necesidad de compartir sus penas subterráneas.

En el otro lado del cuadrilátero tenemos al inoxidable colectivo. Alguna vez escuche que el sistema de buses urbanos de Buenos Aires es el más grande y complejo del mundo. La verdad no se si esto es cierto o no, lo que sí que hay más de 100 líneas que surcan la ciudad en todas sus direcciones. Hay que decirlo: el BONDI es el indiscutido rey de las calles porteñas. Es como Godzilla: el tamaño si importa. Te tiran el bondi encima y te tenés que subir a la vereda. Y creeme que te lo tiran sin problemas. Sus duelos con los tachos son épicos. Es legendaria la barreta de metal “anti tacheros porongas” que supuestamente llevan los colectiveros bajo sus asientos, y bajo cuyo influjo habrían sucumbido infinidad de parabrisas díscolos. Es imperdible verlos doblar por alguna bocacalle de la 9 de julio paralizando el tráfico, inmunes ante el rosario de puteadas que arrecian desde los 4 puntos cardinales. Es que lo brillante del colectivero es su impunidad, sustentada únicamente en el tamaño: el tipo siente que tiene razón por el sencillo motivo de que su vehículo es más grande que el tuyo y si querés sobrevivir, te tenés que correr. La ley de la fuerza aplicada en su máxima expresión.

El problema del bondi es que acá si juega la variable tráfico. Como el bondi tiene recorrido fijo, no suele desviarse ante un embotellamiento, con lo cual te podes comer un lindo garrón. Y si va lleno, y te toca ir de dorapa, es como viajar en el samba. A los choferes les encanta hacer maniobras bruscas, muchas veces nada más que para divertirse tirando a la mierda a sus pasajeros. Se mueven para todos lados, con lo cual siempre terminas en el regazo de una señora (siempre vieja y gorda, nunca un pendejón con escote) pidiendo disculpas, violeta de vergüenza.

El otro drama existencial del bondi, son las monedas. Como el sistema de maquinas permite meterle solo monedas, estas son requisito indispensable para viajar. Esto no sería problema en un país normal, pero en la Argentina, una suerte de Macondo al cuadrado, el Banco Central no acuña más monedas. Esto se debe a que, a causa de la inflación, éstas no sirven para un corno, salvo los bondis. Con lo cual no hay monedas, en los kioscos no te dan (aunque tengan) y el resto de la gente se las guarda para el colectivo. Entonces cada vez que uno se tiene que tomar un bondi comienza el calvario en busca de esa metálica obsesión. Por eso se compran chucherías calculando que el vuelto sea en monedas, se exprimen los bolsillos buscando las de 10 centavos que siempre quedan atascadas, y en los casos más extremos, se simula una incapacidad, a la espera de algún alma caritativa que nos facilite una chirola. Confieso que he rengueado…

Por todo esto, recomiendo el medio de transporte más antiguo: el pie. Caminar por Buenos Aires es una linda experiencia, sobre todo en estas épocas primaverales, en las cuales las jóvenes féminas se despellejan un poco y dejan sus carnes al viento, mostrando delanteras tuneadas por el mágico bisturí, para el deleite y las miradas lascivas de la platea masculina. Aparte nunca falta una brisa veraniega, que levanta las faldas de las chicas para deleite del lustrabotas, que con la mirada perdida termina embadurnando de pomada el lompa de su cliente de turno. En fin, caminen que es buen ejercicio. Y si están apurados cómprense un monopatín a motor. Eso si es viajar con onda…

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