“Los argentinos de cualquier clase que sean, civilizados o ignorantes, tienen una alta conciencia de su valer como nación; todos los demás pueblos americanos les echan en cara esa vanidad, y se muestran ofendidos de su presunción y arrogancia. Creo que el cargo no es del todo infundado, y no me pesa de ello. ¡Ay del pueblo que no tiene fe en si mismo! ¡Para ése no se han hecho las grandes cosas! ¿Cuánto no habrá podido contribuir a la Independencia de América la arrogancia de estos gauchos argentinos que nada han visto bajo el sol, mejor que ellos, ni el hombre sabio ni el poderoso?”
Esto lo escribía Sarmiento, en su Facundo, allá por 1840. O sea que uno de nuestros más grandes próceres, el padre de la educación argentina, tildado de “vendepatria” por sus detractores, nos veía como agrandados con causa. Como pueblo grande, que conciente de su grandeza, la utiliza para ayudar a sus vecinos inferiores. ¿El extranjerizante orgulloso de sus coterráneos? Ah…. y, en realidad, el odiaba los gauchos.¿ Medio panqueque este Sarmiento, no?
Ahora, 1840… en esa época, la Argentina ni siquiera era un país, no había gobierno central, mucho caudillo, era una bolsa de gatos esto… Y tampoco había arribado todavía la gran masa inmigratoria. Sin embargo la descripción de Domingo Faustino parece muy actual, ¿no? ¿No somos agrandados? ¿No estamos orgullosos de serlo? ¿No nos creemos los mejores? ¿No era Sarmiento entonces un argento más?
¿Pero qué es ser argento? ¿De qué se compone el genoma nacional? Ya dijimos que el agrande es una característica ineludible y que, aparentemente, viene de tiempos inmemoriales. Pero, según Sarmiento, este agrande está justificado. Nada hemos visto bajo el sol mejor que nosotros…. ¿No vieron esa frase que se repite cada vez que uno de los nuestros hace algo afuera?: “allá donde va un argentino se destaca” ¿No se les ocurrió pensar que cuando un argentino no se destaca, eso no trasciende? Cuando un argentino fracasa afuera, o delinque, o se funde, no sale en los diarios. Un amigo mío estuvo viviendo en Mallorca 3 meses y contó horrorizado que en la paradisiaca isla, lo paraban para pedirle “5 pesos pa l vino” unos morochitos con la camiseta de Banfield. ¿Saben cuántos hay de esos por cada uno que se destaca?
Igual, tenemos autocrítica ehh. “Somos un desastre, no cambiamos más”. “Aca el problema es la sociedad”. “Son todos chorros”. Ahora cuando esto último lo dijo Jorge Battle, ex presidente yorugua, nos pusimos como laaaaaacos. “ Uruguayo, chupamate, panzaverderde, muerto de frio, quien se cree que es!!” “Si son una provincia nuestra esos piojosos”… Hoy por hoy, la provincia díscola, exporta más carne que nosotros.
Es que nuestro caso es de manual de psicología. Como todo complejo de superioridad, el nuestro esconde una gigantesca percepción de inferioridad. Nos mostramos gigantes, pero nos sentimos enanos. Esa bipolaridad ha tenido en el pasado consecuencias trágicas. Año 1982, la dictadura se hunde, la economía se va al carajo, Galtieri se ahoga en whisky. ¿Solucion? Hagamos la guerra a los ingleses. Si pudo William Wallace, ¿Cómo no vamos a poder nosotros? Año 1990, hiperinflación, saqueos, la moneda local es papel higienico. ¿Solución? 1 a 1. Ganemos como los yanquis, gastemos como los yanquis. Si somos igualitos… Nos sentimos pequeños, nos mostramos gigantes. Pechito argentino en su máxima expresión.
También se dice que tenemos una gran creatividad, una chispa especial. Coincido. Y esta creatividad ha generado innumerables perlas: la birome, la transfusión sanguínea, el by pass, los goles de diegote, la gran willy… El problema es cuando nos creemos mas vivos que el resto y queremos inventar lo que ya se inventó hace rato. Ejemplos sobran: Peron y su tercera posición, la tablita de Martinez de Hoz, este gobierno “nacional y popular”.
Es que el problema acá son las soluciones. Queremos buscar caminos hetedorodoxos, formulas sui generis, recetas argentinas, como si la economía y la política fueran un bife a la criolla. Por eso hace 60 años que no avanzamos y hace 35 que nos caemos por el pozo ciego. Es así que apoyamos a Chavez y ninguneamos a Lula. Es asi que aplaudimos a Fidel Castro y forreamos siempre al presidente yanqui de turno. Yo me pregunto si esos “eternos estudiantes de la UBA”, que aplaudieron a rabiar al barbado dictador en la facultad de derecho, estarían dispuestos a vivir en un país donde hay que hacer cola para conseguir papel higienico y las adolescentes se prostituyen por pasta dental.
Estas “soluciones brillantes”, que en realidad parecen craneadas en un preboliche organizado por Diegote y Charly, nos hacen vivir en un estado de anomia permanente. Acá lo anormal es la regla, el quilombo es nuestra realidad. Acá no nos afectan las crisis. Acá vivimos en crisis. Estamos en una sociedad disociada. Cada uno hace la suya. Es un sálvese quien pueda. Creo que de ahí viene en parte nuestra ocurrencia, nuestra gracia inherente, nuestra chispa. La necesidad nos hace agudizar los sentidos. “Lo atamo con alambre”, si vale la expresión.
Falla también aquí el estado. Pero no me refiero como expresión de gobierno, sino como concepto. Un estado debe asegurar las garantías individuales y proveer las necesidades primarias (defensa, seguridad, justicia) y algunas secundarias (educación y salud) para permitir al individuo desarrollarse, progresar, cultivarse, invertir, pagar impuestos, etc. En ese concepto de estado la iniciativa privada es el motor del progreso. Acá el estado es como un papá indulgente y pródigo, que se endeuda hasta la manija para mantener a sus hijos vagos. Es así que existe una gran cantidad de gente que vive de las prebendas del estado, y que se siente con derecho a presionar por más beneficios, mientras el tipo que labura se hunde bajo una distorsiva y regresiva carga fiscal.
También falla el sistema de premios y castigos. Aquí parece más fácil infringir la ley que cumplirla. Si cada uno de nosotros se pusiera a contar cuantas normas infringe por día (entre normas de tránsito, de higiene urbana, o de simple educación aunque más no sea) veríamos que somos todos infractores crónicos. Volvemos acá al concepto de “sociedad disociada”. Nadie entiende que al infringir una norma, nos estamos perjudicando a nosotros mismos. Porque, al ver nuestra conducta, el tipo de al lado infringirá otra norma, y el de más allá otra, y así sucesivamente hasta que alguien infrinja una norma en un contexto que nos perjudique. El tema es que pensar en todo esto nos da mucha fiaca. Tenemos cosas más urgentes de que preocuparnos. La grave coyuntura nos tapa la estructura, que está todavía peor.
De todas las pavadas que dije, parecería que la conclusión es la siguiente: Para estar mejor tendríamos que ver de donde partimos, donde estamos parados. Darnos un baño de humildad. Y desde ahí, desde la rezagada posición en la que estamos, tratar de avanzar, seguros de nuestras posibilidades, pero concientes de las falencias que debemos sobrellevar. Quizás así y, por sobre todo, aplicando la “Gran Pagani”( “seamo buenos entre nosotros”), el Tricentenario nos encuentre unidos, y no dominados.
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